Una fantasía llamada inclusión escolar

Cómo no empezar esta breve crítica personal sobre la inclusión escolar, sin evocar a Susan y William Stainback y su libro «Aulas Inclusivas» (1999). La manera en que juzgaron la selección del alumno, pasado por el abordaje psicopedagógico en sí, hasta la forma en que se transversaliza la evaluación, todas variables constantes de los procesos educativos formales, los llevó a la inevitable conclusión de que estos son realmente excluyentes y no inclusivos. Casi 20 años después, aquel que trate de negar que este sigue siendo el modelo educativo que impera en nuestra época, no es más que alguien que tal vez está acostumbrado a mantenerse en su sitio de confort o de justificar su incapacidad para adaptarse a un mundo en el que, lo digo una vez más, la neurodiversidad es la regla y no la excepción.

Pese a que la práctica de la inclusión deja ver a cualquier Escuela como una Institución sensible y respetuosa ante las diferencias hu­manas, capaz de evolucionar con la realidad del mundo y adecuar su dinámica tradicional en respuesta a las necesidades reales actuales, parece misión imposible en muchos de los casos, lo que lleva a que me pregunte si están realmente conscientes en que están desarrollando humanos y no un currículo.

Mientras pienso en los principios básicos de Stainback y Stainback (que desarrollaré de manera concisa más adelante) no puedo dejar de evocar el sinnúmero de testimonios de padres de chicos con Trastorno del Espectro Autista (TEA) que día a día escucho. Es cierto, hay algunos «afortunados» que pueden compartir sus experiencias de éxito, sin embargo, la constante parece ser «al puro oído» lo primero escrito, pues sabemos que «cuando el río suena es porque piedras trae», o sea, que cuando se repiten las mismas quejas por parte de los padres, podemos pensar que «algo» de cierto tienen, ya que no existe tal cosa como la coincidencia en casos como estos.

Condicionar a un alumno con TEA por manifestar conductas propias de la condición al malinterpretarlas como voluntarias; exigir la presencia de un tutor sin tan siquiera haber pisado el plantel y darle la oportunidad de demostrar sus capacidades por el solo hecho de tener una condición; anticipar que «no podrá rendir» adecuadamente (más bien como ellos quisieran) tal o cual materia y exigirle que vaya buscando otra escuela; exigir al padre le pida al médico que lo medique para mantenerlo en el plantel; mandarlo a estudiar por módulos por presentar conductas inapropiadas, «no vaya a ser» que altere el orden o al resto del grupo… y podría seguir escribiendo sobre las que he denominado «historias de terror» que este par de oídos han escuchado.

¿Dónde quedó el desarrollo de una educación individualizada de calidad en los centros educativos que rechaza cualquier tipo de discriminación y que potencia la participación plena de todo el alumnado? Las escuelas están en la obligación de analizar y reflexionar sobre el papel crucial que juegan en la vida de todos los individuos, así como en la obligación de comprender que su rol va más allá de la pedagogía estricta y que los docentes juntos con todo el personal, aprenden igual o hasta más de sus alumnos.

Volviendo a los principios de Stainback y Stainback, estos hablan de la flexibilidad mental de la comunidad escolar para poder revisar y adaptar el currículo en función de las necesidades del alumno; de las producciones naturales en las que las escuelas aceptan como alumnos a todos los niños y jóvenes miembros de la comunidad a la que pertenecen; el valor de la diversidad como pilar de la filosofía escolar; la formación de un equipo homogéneo conformado por el alumnado, la comunidad y los recursos existentes, implicado en la planificación y desiciones del centro educativo. A lo previo agregaría la importancia de crear nuevos recursos, a la vanguardia de evidencia científica y las ya descritas necesidades reales de cada alumno.

Hace menos de cinco años, se hablaba de criterios de inclusión de niños con TEA en un entorno «regular» y no «especial» (este último adjetivo que rechazo totalmente su uso pero adopto en esta ocasión dada su popularidad para darme a entender), tales como que el alumno contara con un coeficiente intelectual «medible» de límite o promedio; que pudiera hablar; ausencia de cualquier conducta perturbadora; ausencia de inflexibilidad cognitiva y conductas repetitivas; y habilidades socioemocionales pobres ¿en serio?

Al final, la educación inclusiva no tiene que ver solamente con que los niños o adolescentes aprendan a leer y a escribir; a sumar, a restar, etc., sino también a vivir experiencias como la emoción del juego y la felicidad de ser miembro de un grupo y cumplir una meta u objetivo. Impulsada cada vez más por ciertos grupos de profesionales, asociaciones de padres y una creciente (aunque lenta) sensibilización social, es cuestión de tiempo que el sistema educativo y todos sus miembros, tengan que ponerse al día y ceder ante una presión que ejerce por sí misma también a evolución. Sin embargo, se trata de practicar la inclusión porque se quiere y no porque se tiene o debe de hacer.

Entonces ¿Es la inclusión escolar actualmente una fantasía?

Los invito a reflexionar…

#30DíasConElAutismo #TEAnimas /Días18/

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