“Trabajando Juntos para Prevenir el Suicidio”, este es el lema planteado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) para el 2019, hoy 10 de septiembre, “Día Mundial para la Prevención del Suicidio”. Mientras, me pregunto ¿Realmente lo estamos haciendo juntos? Categóricamente me atrevo a responder esa interrogante: NO. Aún recae sobre ciertos elementos de la sociedad la ardua labor establecida como «prioritaria» por la OMS en el Plan de Acción 2013-2020 de los Estados Miembros de «trabajar para alcanzar la meta mundial de reducir las tasas nacionales de suicidios en un 10%» para el próximo año.
El suicido es la consecuencia más grave de los problemas de salud mental. Pese a esto, apenas el 1 de marzo pasado, la Organización Panamericana de la Salud OPS/OMS en Washington D.C., destacaron en su último informe que, «si bien es cierto que más de un tercio de la discapacidad total en la región de las Américas se debe a trastornos mentales, la inversión actual (de los estados) es muy inferior a la necesaria para abordar la carga (y agrego impacto) que estas enfermedades suponen para la salud pública», e instaron a los países a incrementar el presupuesto destinado a la salud mental y asignar los recursos a intervenciones de costoeficacia más comprobada.
Ahora, deseo cambiar un poco el matiz de este breve escrito y reiterar, como ya lo hecho muchas veces antes, que es indispensable que hablemos sobre el suicidio de manera cotidiana, con la misma intensidad, pasión y hasta angustia que nos generan otros temas “actuales” como la política, la educación, el transporte público, entre otros. Deseo hablarles desde la experiencia, con esa misma pasión que les pido, y no solamente desde la evidencia (al final la primera te recuerda que la segunda no ha surgido por amor al arte), ya que diariamente niños, adolescentes, adultos jóvenes y adultos mayores, por diversos motivos, piensan en un momento dado que el suicidio es “la mejor opción” o “la mejor manera de acabar con su sufrimiento” y algunos, lastimosamente, lo consiguen.
En este punto es importante que comprendan que el suicidio no tiene rostro: no discrimina edad, género, nacionalidad; no le importa si el carro que manejas es del año, ni la cantidad de ceros que tienes en tu cuenta de ahorros o cuántos o cuáles títulos cuelgan de tu pared. Es una realidad que toma la vida de entre 800 mil y un millón de personas alrededor del mundo cada año y, dependiendo de cuanto tiempo te tome leer este post, habrá muerto al menos una, ya que cada 40 segundos una persona muere por suicidio en el mundo.
A ti que me lees, dos hechos en el presente innegables: el suicidio te puede tocar directa o indirectamente en algún momento de tu vida y el suicido es prevenible. La salud mental es eso, salud, y como cualquier problema, hay que atenderla y tomar medidas para prevenir trastornos de cualquier tipo y así disminuir el riesgo de que el suicidio toque a tu puerta.
Pensar que aquel que realiza amenazas suicidas solamente “quiere llamar la atención”, cuando en realidad está pidiendo a gritos ayuda; o juzgar como “débil” al que muere por suicidio, solamente demuestra que vives en una burbuja y que no reconoces el rol protagónico que tienes como miembro de esta sociedad para prevenir y abordar oportunamente este grave problema de salud pública.
Discursos como ese, solamente promueven el estigma, esa «marca» que, por definición, da «vergüenza, deshonra o desaprobación a quien se le atribuye y resulta en el rechazo, discriminación o exclusión de un individuo en su participación social plena”, lo que solamente viene a empeorar el problema.
Como dicen, no juzgues al otro por tu propia condición, mejor respeta sus emociones, su sufrimiento, su realidad, practica la escucha atenta y ofrece ayuda, podrías estar salvando una vida; y no olvides que la única manera que como sociedad vamos a empezar a generar cambios grandes, es JUNTOS, no hay otra…