Te odio con todo mi cerebro

“Nada que un hombre haga lo envilece más que el permitirse caer tan bajo como para odiar a alguien”.

Martin Luther King

Amplio es el repertorio de emociones que puede experimentar el ser humano. Aquellas conocidas como emociones primarias o básicas (alegría, tristeza, ira, miedo, sorpresa, asco), van acompañadas de patrones de respuesta facial, vocal, motoras, fisiológicas (endocrinológicas), que se pueden reconocer independientemente de la raza y cultura a la que pertenece el individuo. El otro gran grupo de emociones, las secundarias, dentro de las cuales se encuentran la envidia, la culpa, la vergüenza, el odio, etc., involucran un componente cognitivo mucho más complejo, en el que el contenido del pensamiento tiene una base experiencial inalienable, evolucionando así a lo que conocemos como sentimiento.

Es inevitable hacer una breve introducción sobre algunos aspectos básicos relacionados con las emociones, por lo que me apoyaré en el neurocientífico estadounidense Joseph E. LeDoux, cuyas investigaciones se centran en los fundamentos biológicos de la emoción (especialmente los mecanismos cerebrales relacionados con la ansiedad y el miedo) y la memoria. Este nos sugiere tener presente tres principios. En primer lugar, que detrás de aquello que llamamos emoción o sentimiento, se encuentra una serie de procesos neurológicos y mecanismos cognitivos distintos para cada una de ellas. En segundo lugar, que los mecanismos cerebrales de conducta emocional como los que se ponen en marcha, por ejemplo, durante el miedo, tienen un origen primitivo y aún los conservamos pese a los millones de años de evolución de nuestra especie. Así mismo, las emociones juegan un rol muy importante en la determinación de conductas futuras y sus trastornos pueden dar lugar a graves alteraciones del comportamiento. Por último, en tercer lugar, tenemos que no debemos asumir que los componentes conscientes de las emociones son más importantes que los inconscientes ya que estos últimos, surgieron como mecanismos de supervivencia de la especie a través de la evitación del peligro, la obtención del alimento y la reproducción.

Pero, en la actualidad, en este punto de la evolución en el que nos encontramos ¿Qué funciones tienen las emociones humanas?

Todas las emociones tienen alguna función que les confiere utilidad y permite que el individuo ejecute conductas apropiadas de manera eficaz. Inclusive, emociones que pudiesen considerarse como desagradables, tienen el objetivo de promover el “ajuste” a nivel personal. Las emociones tienen tres funciones principales (Reeve, 1994):

  1. Función adaptativa, para preparar al organismo para que ejecute apropiadamente cualquier conducta que le exija el entorno, movilizando en el proceso, la energía necesaria para ello, así como dirigiendo la conducta (acercarse o alejarse) hacia un objetivo determinado.
  2. Función Social, que permite predecir el comportamiento asociado a las emociones a través de la expresión de estas, lo cual tiene un valor indiscutible en todos los procesos de relación e interacción interpersonal. De manera didáctica, la felicidad favorece los vínculos sociales mientras que el odio está asociado a respuestas de evitación o confrontación que los entorpecen.
  3. Función Motivacional, ya que no podemos negar la íntima relación existente entre la emoción y la motivación y la experiencia presente en cualquier tipo de actividad que posee las dos principales características de la conducta motivada: dirección e intensidad.

En el caso del odio, su función motivacional es clara, sin embargo, es desadaptativa y socialmente un recurso ineficaz. Demos paso entonces a lo que considero uno de los grandes males de nuestra época.

Según Mora (1998), el término odio hace referencia a un “sentimiento negativo o de rechazo que un individuo experimenta como resultado de sus frustraciones y que tiende a experimentarse de manera intensa e incontrolable, despertando en las personas que lo experimentan, una profunda antipatía, disgusto, aversión, antagonismo o repulsión hacia un sujeto, cosa, situación o fenómeno”. Esto las lleva a tener la necesidad de evitar, limitar o destruir aquello que se aborrece (Kaminsky, 1990) y a una tendencia natural e histórica hacia la violencia (Colina, 2010).

En esta misma línea, podríamos decir que el odio surge a partir de la percepción de la existencia de un obstáculo o de una amenaza que impide conseguir un recurso que se considera requisito para cubrir una necesidad o una carencia o para evitar alguno de los previos, así como niveles de miedo que siempre llegan asociados y que interfiere con la posibilidad de sobrevivir en paz y equilibrio o de adaptarnos con éxito a las condiciones de vida biológicas y psicosocioculturales en las que nos encontramos inmersos (Valdez Medina, 2009). En otras palabras, el odio puede surgir a partir de que algo interfiere, se interpone, dificulta o impide que se llegue al total cumplimiento de una expectativa, o bien, cuando se ve alterada o amenazada la posibilidad que tenemos de adaptarnos o de mantener con éxito el estado de paz o equilibrio en el cual es más cómoda nuestra supervivencia biológica y/o psicosociocultural.

Sin embargo, hay que estar atentos al curso que toma el odio en nuestra vida personal y en el comportamiento social (como pilar en el movimiento de masas) ya que si no se atiende a tiempo, puede mutar y convertirse en un resentimiento que tiende cada vez más a generar conflictos a nivel personal e interpersonal y hasta a la afectación de la salud mental y física. Así mismo, se corre el riesgo que, al igual que con la culpa, pueda llegar a utilizarse como una forma de control social debido a que aquel que odia, es probable que sienta, perciba o hasta logre cierto poder sobre aquello que odia, esto último a través de recursos como la humillación y la devaluación, entre muchos otros.

Un interesante estudio descriptivo llevado a cabo en la Universidad Autónoma del Estado de México, que contó con una población homogénea de acuerdo al género de 400 estudiantes universitarios entre los 17 y los 23 años, reveló que tanto hombres como mujeres, definieron el odio como “un sentimiento de carácter negativo, una situación desagradable que genera rencor y que puede llegar a ser expresada o reprimida. De igual forma, plasmaron a través de la aplicación de instrumentos estandarizados ¿Qué pensaban que conseguían las personas al odiar? Tanto hombres como mujeres describieron obtener “satisfacción”, “daño”, “soledad”, capacidad de “expresarse”, de “cubrir una necesidad”, «problemas», «capacidad de “agredir”, “sentimientos negativos”, “malestar físico y mental», etc. Al momento de concluir las diferencias entre ambos sexos, se encontró que los hombres consideraban que conseguían “protección” y la capacidad de “hacer daño a otros” como una forma de “representar su fuerza”, mientras que las mujeres percibieron que sentir odio las podía “autodestruir” y “verse rechazadas por los demás” (Valdez Medina y cols., 2008).

Debido a que el odio está cargado de una “profunda antipatía, aversión, disgusto, enemistad o repulsión hacia una o más personas, cosas, situaciones o fenómenos a los que se quiere evitar, limitar o destruir, genera un deseo de destrucción del objeto odiado (Salecl-2002, Castilla del Pino-2002; Rodríguez-2003), que pudiese estar desencadenado por algo considerado tal vez injusto, por una herida narcisista, por una situación traumática o hasta inexplicable, que activa “algo” que ya está predispuesto en cada individuo, convirtiéndose así en un problema cultural en el que el “ejercicio” del odio y la práctica de conductas asociadas, se generaliza y detonan como resultado de algo percibido como “ofensa”, sea mínima o sea a gran escala.

Entonces ¿Por qué odiamos los humanos?

Pese a que muchas personas aún dudan cómo incide la biología sobre el control de nuestra conducta violenta, los estudios actuales afirman que se trata de una combinación e interacción entre el medio ambiente, la evolución, las experiencias y la psique resultante.

El circuito neurológico del odio, fue descubierto en el año 2008 y su ruta por el cerebro, curiosamente, atraviesa otras emociones. Sin embargo, no se olviden de lo que comenté al principio, el odio también es aprendido y originado por el entorno, impulsado por nuestra evolución y acrecentado de acuerdo a estándares socioculturales. El estudio fue realizado por el profesor Semir Zeki y John Romaya (Laboratorio Wellcome de Neurobiología del Colegio Universitario en Londres). Analizaron las áreas del cerebro que se relacionan con el sentimiento de odio y demostraron que dicho circuito es distinto a los relacionados con el miedo, la amenaza y el peligro a pesar de que coincide en una parte con la agresión. El circuito también es muy distinto al asociado con el amor romántico, aunque comparten al menos dos estructuras comunes. El “circuito del odio” incluye estructuras en la corteza y subcorteza cerebral y tiene componentes que son importantes en la generación de conductas agresivas. Es interesante que la ínsula y el putamen (Figuras 1 y 2 ) se activen tanto para el amor romántico como el odio. Esta última estructura, también podría estar involucrada en la preparación de actos agresivos en un contexto romántico, la diferencia es que, mientras con el amor grandes partes de la corteza cerebral asociada con el juicio y el razonamiento se desactivan, con el odio sólo una pequeña zona, situada en la corteza frontal (cerebral), lo hace. Pero mientras que en el amor romántico el amante es a menudo menos crítico con respecto a la persona amada, es más probable que en el contexto del odio se necesita un juicio en el cálculo de movimientos para hacer daño, herir o vengarse.

Muchos factores biológicos y genéticos, pueden también depender de las condiciones ambientales o sociales. De hecho, existe mucha evidencia que revela que precisamente esos factores biológicos, pueden minimizarse bajo ciertas condiciones ambientales, por lo que el estudio de la evolución puede brindarnos luces sobre los orígenes de ciertos fenómenos. Los científicos en el área indican que la supervivencia y la reproducción producen la competencia entre mamíferos. En aquel entonces, competían por liderazgo en el grupo (ser el macho o la hembra alfa), conseguir la mejor pareja y asegurar la copia de los genes. Es una forma básica de describir nuestros primeros pasos por el planeta, un recorrido que compartimos con las demás especies. Sin embargo, nuestro pasado no es el presente, sólo nos ayuda a entenderlo mejor y quien se queda varado en el pasado, le costará entender y adaptarse a la realidad presente. Al final, no existe biología sin el medio ambiente, son dos elementos que se nutren mutuamente y de manera constante.

En el presente, nuestra especie (el Homo Sapiens Sapiens), se caracteriza por ser sociable y por poseer la capacidad de crear culturas. Pero cuando es poseída por el odio, es entonces que podemos hablar del crímenes, de dictadores y tiranos que asesinan a millones de personas, de grupos que se oponen a otros grupos por diferentes motivos como por su color de piel, su religión, nacionalidad, identidad u orientación sexual, entre otros incontables motivos. Es por esto que surgió la Declaración Universal de los Derechos Humanos, precisamente, para garantizar libertades y seguridad a todos los seres humanos. Sin embargo, persiste un peligroso desequilibrio en el mundo

¿Hace daño sentir odio?

El papel que tienen las emociones negativas como en odio, tanto en la génesis como en la evolución y establecimiento de una enfermedad, ha sido objeto de estudios durante años. La evidencia científica demuestra que los procesos emocionales (negativos) son capaces de generar alteraciones graves a nivel del sistema inmunológico, cardiovascular, endocrinológico, ciclos fisiológicos y vías del dolor, por mencionar algunas, y ha quedada establecida la etiología de base emocional de ciertas enfermedades con trastornos psicofisiológicos como los previamente descritos.

Mantener latente al odio a nivel cognitivo, emocional y conductual; tener presente precisamente las ideas de degradación e intimidación, los prejuicios negativos y los impulsos violentos (de todo tipo) hacia el otro, que se revelan como “discurso de odio” y se transmite de manera verbal, escrita, a través de medios de comunicación, redes sociales, etc., por motivos de raza, género, edad, etnia, nacionalidad, religión, orientación sexual, identidad de género, discapacidad, lengua, opiniones políticas o morales, estatus socioeconómico, ocupación, apariencia, capacidad mental y cualquier otra elemento de consideración… genera estrés crónico. Descrito de manera simple:ENFERMA, enferma a quien lo siente.

Tras el escudo de la “libertad de expresión”, muchas personas expresan ideas que ofenden a una parte de la sociedad. Por esto, las sociedades democráticas, pueden optar por establecer sanciones a aquellos que justifiquen, propaguen y explícitamente incitan la comisión de actividades delictivas específicas, las cuales involucran alguna forma de violencia la mayoría de las veces.

Para terminar, analicemos el fenómeno social del Odio

Históricamente, el odio es un sentimiento complejo que ha impulsado tanto actos heroicos como malvados en humanidad, dirigidos hacia un individuo, una sociedad o un grupo (considerado minoritario o “vulnerable”) dentro de esa misma sociedad. El nacimiento y evolución del odio como delito, ha estado determinado por tres factores: 1) La presencia de una aversión discriminatoria; 2) Las necesidades preventivas de los colectivos vulnerables; y 3) La defensa de los supuestos valores de la comunidad puestos en cuestión. Estos factores han modificado progresivamente el concepto de odio a efectos penales y dado lugar a subgrupos de delitos de odio que, tristemente, son frecuentes en todo el planeta.

Sternberg & Sternberg (psicólogos cognitivos) hacen referencia a las historias de odio en su libro “La Naturaleza del Odio»: <<¿Por qué empleamos el concepto de historia? Pues porque en nuestra opinión, toda historia está asociada con una serie de sucesos anticipados. La cuestión clave es que la amenaza representa una historia dinámica y no simplemente una imagen estática>>. Agregan que los sucesos anticipados que conducen al odio probablemente no difieren tanto, pero que la cadena de sucesos anticipados tiene cinco etapas:

  1. El grupo odiado se revela como un anatema (maldición) aunque en algunos casos, los sucesos que llevaron a que ese grupo fuera marcado, tal vez nunca ocurrieron o quizá simplemente han sido imaginados, como ocurre cuando forman parte de una historia oral de dudosa validez.
  2. El grupo odiado planea acciones contrarias a los intereses del grupo ya que, cualquiera que sea el problema, este ya no es de naturaleza histórica sino actual y, en el proceso, se manipula para que se odie a miembros del grupo que está en el punto de mira.
  3. El grupo odiado hace sentir su presencia al aparecer de modo significativo en escena, se está haciendo fuerte.
  4. El grupo odiado traduce los planes en acciones conscientes de que la fase de planificación ha terminado; se encuentra traduciendo el pensamiento en acción, convirtiéndose de este modo en una auténtica «amenaza» y no solo hipotética.
  5. El grupo odiado está logrando cierto éxito en sus objetivos y en función de tales sentimientos, se convierte en una fuerza que debe ser tomada en consideración.

¿Les suena familiar? ¿En qué punto estamos en esta escalada del odio y sobre qué temas en nuestra sociedad?

Referencias
  1. Fuentes Osorio, J.L. El odio como delito. Revista Penal de Ciencia Electrónica Y Tecnología. 2017
  2. Sternberg & Sternberg. La naturaleza del odio. Paidós Contextos. España. 2010.
  3. Comprender y luchar contra el discurso del odio. United for Intercultural Action. European Network.
  4. Bucchioni, G., Lelard, T., Ahmaidi, S.,Godefroy, O., Krystkowiak P., MourasH. Do We Feel the Same Empathy for Loved and Hated Peers? PLOS ONE 10(5). 2008.
  5. Zeki, S. Romaya, J.P. Neural Correlates of Hate. PLOS ONE 3(10). 2008.
  6. Mariano Chóliz. Psicología de la emoción: el proceso emocional http://www.uv.es/=choliz.
  7. Valdez Medina, J. Significado, función y solución del odio en jóvenes: un análisis por sexo. México. 2008.
  8. Belmonte Martínez, C. Emociones y Cerebro. Rev. R. Acad. Cienc. Exact. Fís. Nat. Vol. 101, Nº. 1: 59-68.VII Programa de Promoción de la Cultura Científica y Tecnológica. España. 2007.

Breve reflexión sobre la percepción de libertad

Conquistar la percepción de libertad a nivel personal, es quizás una de las tareas más difíciles que existen (si no es que la más difícil). Involucra la sensación de que somos capaces y tenemos el control para elegir de manera consciente e informada, lo que deseamos hacer con nuestra vida, lo que incluye explotar al máximo nuestro potencial, cumplir nuestras metas personales y sociales (cualesquiera que estas sean) y hasta lograr trascender en el mundo tras nuestro paso por la tierra.

Un porcentaje de los seres humanos asume que “bajo condiciones normales”, son capaces de razonar y elegir libremente lo que hacen; suponen que todos sus actos tienen causas que los determinan, o sea, creen en el libre albedrío… en esa potestad de actuar según elijan, en la libertad natural de tomar sus propias decisiones.

Otros, en cambio, tienden (en mayor proporción) a atribuir dichos actos a presiones, necesidades, a la suerte, al destino o hasta al poder que ejerce un ser superior. El miedo, la ansiedad, la culpa, el remordimiento, podrían ser algunos de los elementos que revelan a estos individuos que son poseedores de un estado de libertad, en el que todas las decisiones y consecuencias de estas, son responsabilidad absoluta de ellos, por lo que delegar consciente o inconscientemente, parcial o totalmente la responsabilidad a un ser superior supremo, definitivamente les brinda contención y los limita de hurgar en sí mismos antes de juzgar un acto personal o el actuar de otras personas, como bueno o malo.

Desde hace siglos ha existido la sospecha de la presencia de determinantes más profundos capaces de regir la libertad humana, tema previamente acaparado principalmente por la filosofía pero que, en nuestros tiempos, es también terreno de las neurociencias y que podría enfocarse en nuestra capacidad para tomar decisiones, por lo que vale la pena reflexionar brevemente al respecto.
En términos biológicos, “la libertad solamente puede concebirse en el marco de la relación recíproca del organismo con el mundo que lo rodea”. Así lo plantea el Dr. Joaquín Fuster, catedrático de Neurociencia en la Universidad de California, en su libro Cerebro y Libertad. En este describe que, independientemente de hacer una cosa u otra, en ambos casos se trata de una elección, “incluida la opción de hacer nada”. Esta capacidad humana de tomar decisiones depende principalmente de una región del cerebro conocida como corteza (sobre todo la corteza prefrontal) que es la que más “finamente” nos permite adaptarnos al entorno, sin olvidarnos (como describí antes) que son muchos los factores que determinan las decisiones que tomamos, como la memoria producto de las experiencias previas, las emociones asociadas a estas, pero también la memoria producto de años y años de evolución.

Esta libertad de elegir nos permite formar e “inventar” el futuro, a mediano y largo plazo, pero es una libertad predeterminada tanto por los genes y la propia historia, como por las experiencias pasadas. Cabe agregar en este punto que buena parte de esas decisiones son inconscientes, pero alguna vez fueron conscientes y ampliamente racionalizadas, antes de “automatizarse” y surgir prácticamente de manera instintiva.

Nos encontramos entones «haciendo cosas sin saber por qué» y le llamamos destino. Sin embargo, si se analizan, encontraremos razones totalmente lógicas por las cuales fueron tomadas desde un principio. ¿Se imaginan si no fuera así? Me refiero a que las decisiones no se tornaran automáticas y que tuviésemos que razonar una y otra vez la misma disyuntiva antes de actuar? La vida consiste en una toma constante de decisiones cotidianas: a qué hora levantarse, qué desayunar, qué vestir, a donde ir, con quien ir, etcétera.

¿Toma entonces el ser humano decisiones libres, completamente ajenas a su entorno, a sus experiencias previas, sometidas por un ser superior o estrictamente al azar? ¿O tendríamos que ceder el análisis de este dilema y la búsqueda de la respuesta más sensata a disciplinas como la psicología, la psiquiatra y la neurología?

Al final, en un sentido práctico y consciente, alcanzar tu libertad dependerá de la conquista de tus sueños, anhelos y metas, pero contando con el bálsamo que te brinda el aplauso y la aprobación de un entorno (sociedad) que ha decidido apoyarte por considerar tus desiciones como buenas o adecuadas, de acuerdo a sus creencias, valores y prejuicios, y no necesariamente por respeto a tu persona.

En contraste, existirá aquel que percibirá trunca su libertad plena, gracias precisamente a esos prejuicios y críticas incisivas que al otro liberan; que siente que tienen que luchar (una lucha justa) por el respeto de su identidad y sus decisiones de vida y que, si ya está haciendo eso, es porque ha conquistado la más importante de todas las libertades: la interior.

Referencias:
1. Dr. Diego Arellano. Ser Humano y Libertad. Departamento de Psiquiatra y Salud Mental. Hospital Regional de Concepción. Chile. Consulta en línea en http://www.psiquiatriaysaludmental.udec.cl (febrero de 2018).
2. Dr. Felipe Roa. Concepto de Libertad y Angustia. Departamento de Psiquiatra y Salud Mental. Hospital Regional de Concepción. Chile. Consulta en línea en http://www.psiquiatriaysaludmental.udec.cl (febrero de 2018).
3. Roger Bartra. Ensayo sobre la moral, el juego y el determinismo. Cerebro y Libertad. Mèxico. 2013.
4. Joaquin M. Fuster. Neurociencia y Libertad. Semel Institute for Neuroscience and Human Behavior. University of California.